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Channel: La biblioteca del Gran Nigromante
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¿El Fin de los Tiempos?

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Un relámpago cruzó el cielo nocturno, añadiendo por un breve instante un destello de luz a la penumbra en la que se encontraba sumida la cámara bajo la montaña. Sobre un siniestro trono de huesos, el Gran Nigromante despertó de nuevo de su letargo. El resonar constante de los truenos lo había sacado de su meditación, trayendo de nuevo su mente al mundo físico. Una luz verdosa se encendió en las cuencas vacías del Gran Nigromante.

Tanto tiempo... tantos milenios...

Nagash aún se seguía sorprendiendo, miles de años más tarde, de seguir teniendo sueños. Cuando era mortal no solía tener sueños: éstos empezaron tras su derrota a manos de Alcadizaar y los traicioneros hombres-rata. La destrucción de su cuerpo lo relegó a un estado similar a un trance que había durado mil ciento once años. Y soñó. Soñó durante más de un milenio. Y tras su resurrección, volvió a soñar. Su mente vagaba por entre sus recuerdos, y también imaginaba fantasías. Los reinos de los sueños tomaban mil formas: lo que pudo ser, lo que será, lo que nunca fue...

Pero aquella vez no había sido una experiencia agradable. Debía llevar en trance bastante tiempo, quizá incluso varios años, desde que aquel osado saqueador se atrevió a aventurarse en su mismísimo sanctasanctórum. Esta vez el sueño había sido largo, y terriblemente vívido en su complejidad.



¿El Fin de los Tiempos? Se paró a pensar en el largo periplo soñado. Los recuerdos se escurrían por su mente como la arena en un puño, de modo que empleó el poder de los vientos de la magia para fijar su memoria. Poco a poco, repasó los recuerdos que pudo retener de su extraño sueño. Y comenzó a quedarse perplejo. Algo no cuadraba. ¿Algo...?

Recordaba estar muerto. ¡Muerto! Como si hubiesen destruido su forma física una tercera vez. ¡Lo que faltaba! Escuchó a Arkhan susurrar algo acerca de la intrincada magia de la Espada cruel... ¡Patrañas! De alguna manera, Arkhan y Krell se habían aliado con el traicionero hijo de Vashanesh, Mannfred; juntos, recuperaron su Corona y lo resucitaron.

¡Ulthuan, la isla de los malditos elfos, se hundía bajo las olas! ¡Y las fuerzas del Caos barrían sin dificultad el Imperio de los bárbaros del norte, fundado por Sigmar tiempo atrás! El mismo Vórtice se colapsó, y los vientos de la magia invadieron el mundo.

Recordó arrancar del portal del norte la misma esencia de Shyish, el Viento Amatista. Definitivamente, sus fantasías estaban descontroladas. ¿Arrancar uno de los ocho vientos y almacenarlo en su cuerpo? En parte, su ego quedó satisfecho cuando doblegó Nehekhara en muy poco tiempo. ¡Ah, si fuese tan fácil!

En sueños, había sobrevolado el mundo con su visión bruja. En el nuevo mundo, los repulsivos hombres-rata y los reptilianos siervos de los Slann se aniquilaban mutuamente. Las fortalezas de los enanos, que habían permanecido ante el invasor durante más tiempo que la propia Nagashizarr, caían ante los pielesverdes y los sucios skaven en cuestión de semanas. El Imperio perecía cuando la avanzadilla de los Poderes Oscuros hizo su aparición en sus tierras. La misma civilización de los elfos colapsó, y forzó a un armisticio entre los druchii y los asur.

Pero aquel joven hechicero elfo, que tanto le recordaba a cuando estaba aún vivo, tenía un plan. Separó los vientos y se los entregó a mortales. Por alguna extraña razón, esos mortales no fueron instantáneamente consumidos por la energía mágica desatada. Pero hacía ya rato que había suspendido completamente su incredulidad: si habían separado los ocho vientos, ¿por qué no atarlos a mortales? Si incluso Sakhmet, la Luna Verde, había caído del cielo...

Al frente de sus reducidas huestes no muertas, el Gran Nigromante se vio acompañado de los ejércitos de sus aliados: los restos de los ejércitos élficos; los herederos de Sigmar, que luchaban bajo la atenta mirada de su patrón encarnado a lomos de un grifo; los últimos guerreros enanos comandados por un brujo humano; un grupo de belicosos pielesverdes... Un sonido siniestro parecido a una risotada escapó de la momificada garganta de Nagash al pensar en tal inverosímil alianza.

Pero, por alguna razón, todo fue mal. Las fuerzas del Caos presentaron batalla contra la inverosímil alianza en las ruinas de una ciudad Imperial. Pero era absurdo, ya que unos brujos del caos habían preparado un ritual para abrir una brecha en la misma realidad, un tercer portal del Caos.

¿Un tercer portal? ¿Un grupo de ignorantes y barbáricos brujos del Caos iban a realizar en sólo unas horas la titánica tarea que a los mismos Ancestrales les llevó eones?

Imagen sacada de AQUÍ


Por supuesto, el portal succionó toda la materia. Y el mundo desapareció: todo aniquilado, barrido en un instante. Y se acabó el mundo.

Una extraña sensación recorrió el cuerpo muerto de Nagash, una sensación que no sentía desde que era mortal. Un escalofrío. ¡Qué ridículo! ¡Qué vacío de lógica y de contenido! Su fantasía onírica se había vuelto completamente disparatada. ¿Por qué habría soñado tamaño despropósito?

Observó su salón del trono, sus sirvientes no muertos realizando las rutinarias tareas de mantenimiento y vigilancia de su fortaleza. Por el gran ventanal, entre las nubes de tormenta, pudo ver el resplandor verdoso de Sakhmet, la Luna Verde. Y su viejo cráneo mostró un rictus siniestro, vagamente similar a una sonrisa.

El mundo no se había acabado. Sólo había sido un terrible sueño.



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